Page 66 - Donde vive la imaginación
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encendió el foco del abanico, notamos que algo se encendía de un dorado
brillante en lo que quedaba de la pared.
—¡Somos ricos!, —gritamos al mismo tiempo, asombrados.
No lo podíamos creer, pues al rascar el salitre, unas monedas caían a nuestros
pies con un tintineo de cientos de campanillas. Después descubrimos que
cada pared estaba llena de monedas de oro, pues al rascar el salitre caían
de a montones. Lo que creía una canción sin ton ni son era una pista de
dónde estaba el dinero de la tía Petra.
Con el tiempo mi papá pagó a unos arquitectos para que reconstruyeran
las paredes que se habían caído, y mamá compró muchas flores en macetas
de colores. Recuerdo haberle ayudado a plantar unas bugambilias en el
porche de la casa. Pintamos la barda de color azabache y en la entrada
colocamos una placa en honor a la tía Petra, porque gracias a sus recuerdos
pudimos vivir con más comodidad y saldar todas las deudas.
Ahora me encuentro en mi habitación, bueno la habitación de la tía Petra,
y me paso horas leyendo las cartas de amor dirigidas a Pedro Rosales. A
veces los imagino a los dos solos sentados en sillones, meciéndose mientras
se lee cada uno un poema distinto. A veces sólo a la tía Petra observando
la tarde por una ventana a la espera de su amor mientras le escribe una
canción. A veces a Pedro tocando a la puerta con unos rosales en sus manos.
Éstos son los recuerdos de la tía Petra, que ahora yo los guardo con recelo.
Sin salitre, con mis manos limpias, los escondo en sus cofres a cal y canto,
pues la riqueza así los quiere.
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