Page 62 - Donde vive la imaginación
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Lo leí varias veces, tantas que me lo aprendí de memoria, aunque no
entendía el mensaje, algo de él me gustaba. Hasta que una noche papá me
escuchó y no tuve más remedio que contarle todo sobre las cartas. Él me
comentó que su tía fue una persona culta, no la conoció muy bien, pero
lo que sí sabía por pláticas de su mamá era que tenía mucho dinero, tanto
que no confiaba en los bancos y toda su riqueza la guardaba en esta casa,
pero que luego de morir, nadie encontró las monedas de oro o billetes de
la fortuna.
—Por muchos años, los familiares cercanos se turnaban en buscar el
dinero como locos en toda la casa, pero ninguno tuvo suerte —dijo
papá—. Ninguno —susurró.
También me contó que después las personas del barrio se juntaron para
buscar el dinero, suponían que se encontraba enterrado en los alrededores
de la casa. Con el tiempo se hizo la leyenda de que en este patio había
un gran tesoro enterrado, sin embargo, jamás se comprobó, las personas
terminaron por cansarse y se olvidaron del tema.
—Yo la verdad nunca lo creí —me dijo papá sacudiéndome polvo de
la cabeza—, siempre pensé que mi tía, mucho antes de fallecer, le
había dado el dinero a alguien. Pero ahora con lo que me cuentas de
las cartas de amor, puedo casi asegurar que el afortunado fue ese tal
Pedro Rosales.
Con tantos enigmas sobre el tesoro perdido y con la cosquilla de averiguar
dónde se hallaba, inicié a buscar por todo el patio con la convicción de
que tarde o temprano lo encontraría. Dibujé un croquis del terreno, la
verdad no recordaba cómo se hacían, pero eché un vistazo a mis libros de
la escuela y con eso tuve para hacerlo, no tan elaborado, pero según yo hice
un croquis del patio de la casa de la tía Petra.
Salí al patio trasero, lo cuadriculé con palos de madera y después les amarré
unos hilos. Lo bueno que mi madre siempre estaba ocupada en la casa y no
se daba cuenta de lo que hacía.
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