Page 60 - Donde vive la imaginación
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No pude dormir, pensaba y pensaba en lo que nos estaba pasando. Luego
de unos días, mis padres, muy serios, me explicaron que por motivos de
trabajo nos teníamos que mudar de la ciudad. En ese momento sentí
que el mundo se me venía abajo. Dejar nuestra casa me ponía triste. No
volvería a ver a mis amigos ni a la niña que tanto me gusta y que se sienta
a unos bancos de mi lugar en el salón de clases. Con decirles que no quería
abandonar a mis maestros del colegio, aunque fueran muy regañones. Mi
padre al ver mi cara de preocupación me tomó de la mano y con un fuerte
apretón me dijo:
—Todo estará bien, campeón, no te angusties, nos iremos a vivir a un
lugar muy bonito, pequeño, pero con aire fresco —lo miré a los ojos
por un momento, en silencio lo abracé.
Es difícil, de un día para otro, todo cambia, lo que crees que es tuyo se
acaba en un segundo, pero me armé de valor y acepté la realidad.
Preparamos el equipaje, nos despedimos de vecinos y amigos, y tomamos
la carretera rumbo a nuestro nuevo hogar.
Durante el camino, papá nos contó que su tía lejana llamada Petra le había
heredado hace muchos años una casa algo vieja. Ella jamás se casó, no
tuvo hijos y a él, por ser su único sobrino, quien le hizo compañía antes de
morir, se la dejó como agradecimiento.
Al llegar a la ciudad, observé que cerca de la casa se encontraban un
montón de edificios antiguos. Cuando bajamos, escuché por todos lados
el ruido de las personas que iban y venían, así como el de los carros y los
micros que transitaban en ese momento.
Comprobé lo que mi padre decía de su herencia durante el viaje. Una casa
de ventanas antiguas, portón de hierro y barda de piedra con dos pinos
muy frondosos detrás de ella. Dentro, tenía sólo dos recámaras, un espacio
chico para la cocina, una mesa de madera y cuatro sillas. No se parecía en
nada a nuestra casa anterior. Mi mamá entró en llanto al ver montones de
polvo y vi cómo mi padre la abrazaba con cariño.
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