Page 65 - Donde vive la imaginación
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el salitre se había desprendido en toda la noche por el aire del abanico.
            Sabía que cuando mamá viera mi cuarto lleno de polvo, pondría el grito
            en el cielo y me castigaría por ello.

            Deje  de  pensar  y  subí  el  nivel  del  abanico,  asegurándome  de  que  las
            ventanas estuvieran bien abiertas para que se saliera la polvareda. Pero
            eso lo empeoró aún más, pues vi que el salitre de la pared no dejaba de
            caer al suelo, a tal punto que me dio la impresión de que toda la casa se
            derrumbaría. Rendido me senté en la cama y de pronto la ridícula carta de
            la tía Petra voló a mis manos llenas de salitre.


            En esta casa vieja lo que hay son mil recuerdos, tan valiosos como el dinero
            que guardo con recelo; rasca con cuidado que el salitre cae en tus manos y
            así sucias no las cierres, que la riqueza así te quiere.


            Después de leerla y reírme cada vez que la cantaba, de imprevisto pegué
            un brinco de la cama al escuchar un fuerte golpe en el suelo. ¡La pared
            se había derrumbado! De buena suerte que me encontraba lejos de ella.
            Mi madre entró al cuarto dando un portazo y le grité entre remolinos de
            tierra:

               —¡Mamá se cayó la pared!


            Ella corrió a abrazarme, pude oír cómo le latía el corazón o era el de los
            dos por tremendo susto. Luego de recoger los escombros de la pared con la
            ayuda de papá, les expliqué lo que realmente había sucedido. Mamá creyó
            en mis palabras y al no haber regaño alguno, les mostré la carta de la tía
            Petra. A los tres nos causó mucha risa cuando nos pusimos a cantarla, y
            más porque acabamos con el salitre hasta las orejas. Empezaba a creer que
            aquel tesoro no era más que puro cuento, en cambio al ver a mis padres
            dándose un beso muy polvoroso supe que su amor, al igual que el de tía
            Petra con aquel Pedro Rosales, era el mayor tesoro que siempre estuvo allí
            presente.


            El polvo de la habitación comenzó a irse poco a poco con cada sacudida
            y  escobazos.  Al  final  nos  tallamos  los  ojos  y  en  el  momento  que  papá


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