Page 25 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Devaneos amorosos con la luna,
                             como testigo de cargo y descargo



            ¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta…?


            Este premonitorio interrogante literario, fragmento de una hermosa poesía
            “El gran viaje” del vate nayarita Amado Nervo, obtuvo su respuesta el
            21 de julio de 1969, fecha imborrable en la historia de la humanidad y
            su civilización moderna, cuando el astronauta Neil Armstrong, miembro
            de la tripulación de la nave espacial Apolo II de los Estados Unidos, tuvo
            el privilegio histórico de ser el primer hombre que hollara con su planta
            nuestra bella y solitaria luna, esa esfera luminosa que ha venido observando
            al hombre y sus entornos en todo su devenir, de manera callada, lánguida,
            invariable, y que, a su vez, ha sido deidificada, y venerada por todas las
            civilizaciones del orbe.


            El  coronel  Ámstrong,  en  aquella  ocasión  inmortalizó  igualmente  estas
            palabras: “Este es un pequeño paso para el hombre y un gran paso para
            la humanidad”.

            Algo  que  me  impulsó  a  investigar  y  documentarme  sobre  nuestra  luz
            nocturna fue, no sólo el hecho de que nunca me hubiera dado la luna,
            que tantas veces le pedí cuando era niña, sino la innegable influencia que
            su presencia física ejerce sobre nuestro planeta, de muy diversas maneras.


            Es totalmente observable que, plantas, animales y minerales reaccionan de
            alguna forma ante el influjo de sus cambios faseales.

            La  alteración  de  las  mareas  oceánicas;  los  campesinos  que  saben  por
            experiencia empírica, cuáles son los momentos lunares propicios para la
            siembra y la cosecha de determinadas plantas; por cierto, algunas de ellas,
            sólo florecen en noches lunadas.


            Las bestias de todas las especies suelen aparearse o parir sus crías en ciertas
            partes del movimiento de nuestro astro nocturno.



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