Page 98 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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La maestra Gloria vino a despedirse
Era un sábado por la mañana. El grupo de maestros a quienes asesoraba
de 8:00 a 14:00 horas iba entrando, por lo general, en pequeños corrillos
que se detenían en la cancha a platicar de cosas que habían vivido cuando
fueron compañeros en distintas comunidades del estado y, que por razones
de reubicación geográfica, habían dejado de frecuentarse; sin embargo,
sus vivencias eran, o fueron muy gratas, porque se sentía su satisfacción
al verlos platicar, rememorando aquellos días con mucha alegría, aunque
no exenta de cierta nostalgia porque sabían que esos tiempos ya no iban a
volver.
Siendo un promedio de 10 o 12 grupos de a 30 alumnos como mínimo,
que atendíamos mis compañeros del centro de maestros número uno y
yo, el total de asistentes era considerable; por eso para nosotros como
espectadores, nos era grato observar esos reencuentros tan emotivos entre
pares.
Por el horario tan prolongado de las sesiones, ellos y ellas se presentaban
con ropa cómoda, igual que el calzado.
Camisetas, bermudas, blusas o camisas de manta o algodón, sandalias;
en fin, tal vez para hacerse la ilusión de que estarían en la playa y no
encerrados entre las cuatro paredes de un aula, en este caso, de la escuela
Alfonso N. Urueta Camilo, de la colonia Nueva Alemán, de esta ciudad de
Mérida.
Hora y media después de la entrada oficial; es decir, a las 9:30 horas, se les
daba permiso para ir a desayunar, pues los aromas de los ricos panuchos,
salbutes, tamales, etc., que les llegaban, ya los estaban acicateando y, por
qué no decirlo, a nosotros los asesores también.
La fiambrera era una señora con sus dos hijas que vendía todos los días a
la puerta de la escuela, cuando los niños salían al recreo y les solicitaban,
a través de la reja, su pedido. Los sábados se les permitía entrar y ubicarse
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