Page 102 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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De la Calle 70 en adelante era calle peinada; es decir, apisonada, pero sin
recubrimiento alguno, hasta que La Unión de Camioneros de Yucatán, a
través de su dinámico y emprendedor presidente, don Fernando Vargas
Ocampo, la mandó asfaltar o pavimentar, mediante un convenio con el H.
Ayuntamiento, decía mi papá, pero algunos años después.
En cuando a la iluminación eléctrica, ésta únicamente llegaba hasta el
cruce con la 72, en cuya esquina existía un antiguo poste con un farol, cuya
base circular de cemento armado era lo suficientemente amplia, lisa y de
una altura considerable, que servía de asiento cómodamente a seis u ocho
personas, las cuales casi siempre eran las mismas; es decir, la palomilla de
los muchachos del barrio, que hacían de ese lugar su punto nocturno de
reunión.
A partir de la 74 en adelante, las tinieblas nos envolvían a todos los vecinos
al caer la noche, mi familia entre ellos, porque la casa paterna, al lado de
la cual habito ahora, se encontraba entre los cruzamientos de la 78 x 80
de la ruta.
Cada domicilio entonces se alumbraba de acuerdo a sus posibilidades
económicas; algunos con velas, otros con quinqués (en mi casa había tres)
y los más favorecidos, con lámparas De Pau, que daban una luz blanca
muy bonita.
No obstante, las horas de vigilia eran maravillosas, sobre todo para los
infantes.
Nuestra casa era resguardada por una barda de bloques altemos en forma
de celosía, asentados en un pretil amplio y rematado por una cimbra de
cemento muy firme. Por supuesto, con mis cinco o seis años, éste era mi
lugar favorito, si consideramos la agilidad que me permitía encaramarme
en ella con toda facilidad, pues me servía de oteadero desde el cual veía
venir a todo tipo de personajes de la más variada especie:
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