Page 99 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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en un extremo sombreado de la cancha escolar y desde ahí ofrecer sus
            productos  comestibles,  que  se  veían  muy  apetitosos  e  higiénicamente
            elaborados.

            Parecía que sería una sesión sabatina más, de las muchas que ya llevábamos,
            sin embargo, la mañana a la que nos referimos sucedió algo insólito.


            No habían transcurrido ni 15 minutos del descanso, cuando de pronto,
            entra a mi aula una de mis alumnas; la directora de una escuela primaria,
            quien de ordinario era una persona muy tranquila y sensata; dicharachera
            cuando había ocasión, pero seria y responsable cuando del contenido del
            curso se trataba. Pero en esta ocasión venía con el semblante demudado,
            con los ojos llorosos y al mismo tiempo muy abiertos, con expresión de
            asombro. Tras ella, con el mismo estado de excitación, la acompañaba
            una maestra que asistía al grupo de al lado al nuestro y, ambas decían
            atropelladamente: ¡La vimos maestra, la vimos, no puede ser que las dos
            hubiéramos visto lo mismo!


            Sorprendida les pregunté de qué hablaban. A todas éstas, en mi salón ya se
            encontraba un gran número de maestros de distintos grupos, que, ansiosos,
            querían escuchar el relato de las compañeras.


            Mi alumna respondió a mi pregunta con otra pregunta:


               —¡Maestra! ¿Recuerda usted a mi amiga Gloria, la que antes de irse a
                  su salón pasaba todos los sábados a saludarme y conversábamos un
                  ratito? Es que habíamos trabajado juntas durante cinco años en una
                  comunidad y cuando al fin nos cambiamos nos dejamos de ver. Por
                  eso cuando nos encontramos aquí fue muy gratificante para ambas
                  y reanudamos nuestra amistad, y siempre recordábamos cosas que
                  nos sucedieron en aquel pueblo, pues para entonces todavía éramos
                  solteras.


               —Pues hoy ya había usted empezado a explicamos cuando la vi pasar;
                  aunque me extrañó que no se detuviera, tal vez porque era un poco
                  tarde; tenía un vestido muy elegante que no le conocía y sus zapatos



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