Page 103 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Al cartero en su bicicleta, con su valija colgada al cuello. Al periodiquero,
            que era a su vez revistero y traía El Pepín, que leíamos todos en la casa,
            aunque cada quien lo que le interesaba; yo, que ya leía desde entonces,
            prefería a Memín Pingúín. También pasaban personas vendiendo vajillas
            y  baterías  de  cocina  por  abonos,  al  igual  que  algunos  otros  aboneros,
            quienes,  maleta  en  mano,  ofrecían  cortes  de  vestido  de  variadas  telas.
            Otras, que repartían folletos de propaganda de diferentes productos como
            El Cancionero Picot, que no faltaba cada año. Y, algo que todavía me
            emociona recordar, el haber recibido en mano propia, allí encaramada
            en mi oteadero, el bellísimo cancionero, con imágenes a todo color, de las
            canciones de Cri-Cri, el grillito cantor, que repartían unos jóvenes que
            llevaban al hombro unas bolsas de lona en las que se leía Jarabe Castoria
            para la tos. Lo conservé hasta cuando entré a la normal. Lamentablemente
            después lo perdí de vista.


            Pero había algo que alborotaba a toda la chiquillada semana a semana y
            nos hacía correr detrás de un destartalado camioncito en cuya diminuta y
            endeble cama trasera venían cuatro o cinco músicos que integraban una
            charanguita (el papá de Colitos, me imagino, o éste, muy jovencito, tocando
            la trompeta a todo pulmón). Un empleado, creo, aunque no sé de quién,
            repartía indiscriminadamente los anuncios; es decir, lanzaba éstos al aire
            y los chiquitos nos arremolinábamos a recogerlos entre empujones. Estas
            hojas de papel impresas, anunciaban en su texto todo tipo de espectáculos
            que habrían de tener lugar en la semana en la ciudad, fueran aquéllas de
            ¡Teatro, circos, corridas de toros, cines, Etc.!


            A pesar de los años transcurridos, que son un montón, a veces, cuando
            me doy tiempo de rememorar las cosas que me han hecho feliz en la vida,
            me parece escuchar el coro de voces infantiles, secundado por ladridos de
            perros y sentencias maternas de advertencia, previniéndonos de posibles
            descalabros, cuando nos oían gritar a todo pulmón, ¡Ya viene la música!,
            ¡ya viene la musica!











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