Page 18 - El Sembrador de esperazas
P. 18
Cuando el otro sonríe
(Las vivencias nos hacen familia)
Estaba muy oscuro. No se alcanzaban a percibir ni siquiera los
dedos de las manos. Íbamos con una pequeña linterna, ya en sus
últimos minutos de luminiscencia, la niebla, la lluvia y la noche
hacían de nuestro caminar algo sumamente difícil de realizar.
Era viernes, el único vehículo que circulaba como pasajero, había
salido temprano; creo que, en muchos kilómetros, nosotros éramos
los últimos maestros en salir, no porque lo hubiéramos querido,
sino porque estábamos recién desempacados de la normal. Todas
las palabras de nuestros maestros resonaban en nuestro ser, mismas
que comprobé en conversaciones posteriores con mis compañeros.
Estar en esa sierra era otra cosa, aunque veníamos de familias pobres,
nunca pensamos que hubieran otras personas en condiciones más
adversas.
Cinco horas de camino con ese aguacero, hacían que se confundieran
nuestras lágrimas con esas gotas grandotas que querían destrozar
nuestro rostro, pero ya no había de otra.
Nos faltaba una hora más de camino. Nos paramos espantados viendo
cómo un fantasma nos tapaba el camino. Nuestra compañera dio un
fuerte grito, al mirarlo se aferró a nosotros, que también espantados
retrocedíamos.
—Regresémonos, dijo llorando. Y sin pensarlo reencaminamos
nuestros pasos inmediatamente.
—Son cinco horas si regresamos y para llegar sólo nos falta una,
dijo el compañero menos miedoso. El agua en ese momento
arreciaba y los nervios nos hacían temblar hasta los dientes.
—Yo no paso, expresó uno.
16

