Page 23 - Afuera en lo profundo
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ese día, a lo largo de la semana, el ciclo escolar entero. Mantener la
            distancia era parte de los acuerdos.

            Entre más repasa el protocolo, más escalofrío siente Jesús. Acaso es
            demasiado aire fresco el que circula en el camión. Debería cambiarse
            de lugar, aunque tampoco se trata de ofender al chico. Entonces, se
            cruza de brazos y cierra los ojos. Recuerda cuando tenía 13 años:
            sus miedos, sus fantasías, sus inseguridades, los impulsos que no
            controlaba y su deseo de explorar lo que estuviera alrededor de él.
            El maestro abre los ojos, Lalo permanece allí, sentado al lado suyo,
            cual entregado discípulo. De nueva cuenta, un escalofrío altera al
            formador, mas lo reconforta saber que bajará en la próxima parada.


            Bajan del camión, el chico se ha quedado unos pasos atrás de Jesús.
            Admira la manera en que su profesor va vestido. Lo alcanza. —Es
            temprano, no hay necesidad de ir tan rápido, –dice, y luego opina:
            —está muy chida tu chamarra. La opinión del chico atenúa la tensión
            de Jesús, sólo un instante, el que su alumno se toma para volver a
            opinar: —pareces motero. El maestro desacelera el paso y se rasca la
            frente. Está ido, como si la prisa lo hubiera conducido a otro lugar.
            Antes de salir de casa, había dudado sobre su aspecto, ponerse o
            no la chamarra de piel, dejar o no de abotonarse la camisa hasta el
            cuello. —Te ves muy cool, –sentencia finalmente Lalo. El profesor
            espabila y ambos reanudan la marcha. Jesús le agrada al chico, como
            a todos en la escuela. Cree que, por ser joven, puede comprenderlo.

            En cambio, el educador tiende a pensar, por lo mismo que nota Lalo,
            que sus estudiantes no lo toman en serio; a veces, cuando camina
            por los pasillos, oye los piropos de las estudiantes y ve que los
            alumnos llevan, de la misma forma que él, abotonada la camisa hasta
            el cuello, esto también suele darle gracia, pero apenas lo reconoce,
            una frustración lo acecha. Aunque Jesús es un hombre preparado
            y de luminoso carisma, tiene la impresión de que esa luminosidad
            enceguece el juicio de otros sobre su formación y experiencia. Y ahí
            van, una brillante frustración y un chico encandilado, de camino
            a la escuela, el maestro siente que Lalo cada vez se le pega más.
            De pronto, un roce casi imperceptible de manos. El profesor ofrece



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