Page 24 - Afuera en lo profundo
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disculpas. Pese a la chamarra de piel, tirita. ¿Por qué no había optado
            por el viejo y grueso abrigo, en vez de la chamarra que ese día había
            estrenado?, con más fuerza, el educador se cruza de brazos.


            El portón de la escuela está abierto, no obstante, nadie hace guardia.
            Es lunes, definitivamente, y a Jesús no le toca estar a cargo. —Nos
            vemos después, jovencito, se despide el maestro. Pero Lalo corrige:
            —No, hoy es lunes y a la primera hora me toca contigo. Atraviesan el
            patio, mismamente desolado, pasan frente a la oficina de la directora,
            también desierta, llegan al salón de clases, vacío. Definitivamente
            algo anda mal, piensa el educador. Sin embargo, para el chico es una
            buena noticia porque puede, ahora sí, platicar con su profe.


            Jesús acomoda unas cosas en el escritorio y se apresura a anotar
            la  fecha  en  la  pizarra.  Por  la  celeridad  y  porque  llega  a  sentir  la
            respiración  del  chico,  escribe  con torpeza.  De repente, mira  que
            Lalo ha escrito en letras tipo grafiti: ¡Feliz cumpleaños!! —Gracias,
            –responde el maestro, conmovido, pero es un formador, así que
            borra el repetido signo de exclamación al cierre de la frase y, a su
            estilo, lo reescribe, con el puntito arriba, al inicio del deseo. El chico,
            no conforme, le da su toque al signo, mientras pregunta:


            —¿Cómo vas a festejar?. —¿Pues…, dice apenas el maestro. —Vas
            a decir que te la pasarás con tu chava, ¿no?. —¿Cuál chava?. Jesús
            se arrepiente de haber compartido alguna intimidad y su alumno
            prosigue desbordado:


            —¡Aaah!, ¡conque no tienes novia!, ¿eeeh?, pues qué bueno, así
            festejas con los cuates…. —¡Uy, jovencito!, si supiera la de trabajo
            que tengo; no planeo celebrar, señala el profesor en tono inflexible,
            intentando redimir su descuido. —Pero te lo mereces, eres el mejor
            profe de la escuela, –sentencia el alumno, en busca de verlo a los
            ojos. Jesús desvía la mirada. —Espera, –continúa el chico, ¿no me
            digas que eres un robot?, –cuestiona entre risas, mas, como si se
            le hubieran acabado, en su semblante  despunta la añoranza, y,




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