Page 20 - Afuera en lo profundo
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Atrapasueños


               Sentí aquella vez un gozo que casi podría definirse como terror.
            […]. Era un gesto de anticipación a una huida de aquel deleite o
            miedo. Esa ha sido, desde entonces, la actitud con la que me he
            enfrentado  a  la  vida:  querer  escapar  de  todo  lo  esperado  con
            excesivas ansias, de todo lo que previamente había, hasta el exceso,
                                                      adornado con mis fantasías.


                                     Yukio Mishima, Confesiones de una máscara



               Esta mañana, en plena hora pico, la parada de autobuses se
            encuentra desierta. Jesús mira a la derecha y a la izquierda.
            Confundido, ¿o es que sigue adormilado?, se rasca la frente con más
            ahínco de lo que reclama su comezón. Igual de ansioso, comprueba
            la hora en su celular; aunque es muy metódico, vuelve a revisar el
            teléfono, por si acaso, pero poniendo mucha atención en el día y la
            fecha. No, él no se ha adelantado ni retrasado, definitivamente es
            lunes y tiene que ir a trabajar.


            Por fin llega el camión, y Jesús, tan rápido como cauteloso, sube.
            A sus 30 años, aún siente cierto recelo en el transporte público.
            “Sigo siendo un niño”, se dice. Apenas lo reconoce, otra vez echa un
            vistazo hacia un lado y hacia el otro, le intriga sondear si alguien ha
            advertido su temor. Para su sorpresa, el viento circula sin dificultad;
            aparte de él, no hay ningún pasajero a bordo. “Bonita manera de
            festejar mi cumpleaños”, –continúa pensando, no obstante, se siente
            extraño. Por primera vez en su vida, disfruta de ir en el autobús,
            sin empujones, sin roces, sin cruces de miradas. No es que ahora
            se desparrame a sus anchas, a matar el tiempo en el celular, no; él
            ocupa su sitio tal y como lo había soñado: la espalda recta, el cristal
            de los anteojos impecable y un libro viejo que, sin embargo, en sus
            manos parece una novedad, igual que llegar a la siguiente estación
            en un parpadeo.





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