Page 30 - Afuera en lo profundo
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las cosas sí se ponían rudas, pues no todas las personas eran libres.
Lleva semanas con lo mismo, una y otra vez, repitiéndolo como si
fuera un mantra de intenso influjo.
—Deberías estar orgullosa; yo me siento orgulloso de ti –le
digo con una seguridad que me sorprende y que, sin dudas,
sólo pudo haber venido de la meditación. En serio estoy
sorprendido, desde que estoy con Áurea, no me reconozco.
—Oye…, –intento continuar, pero los ladridos de Feyo detrás
de la puerta ahuyentan todo lo demás que quisiera decirle.
Ella me hace señas de que lo atienda, de que le dé un juguete.
Obedezco, y al volver me decepciono de mi rollo acerca de
sentirse orgulloso.
—¿Mezclilla?, –la cuestiono sobre sus pantalones. No hay
respuesta.
¿Cómo convencer a Áurea de que ella es más que mezclilla?
Me paro detrás de ella y le miro el lunar, apenas un segundo porque
se da la media vuelta y, sin decir agua va, cuelga en mi cuello la
cadenita de acero que le regalé en diciembre.
—No va conmigo, –dice, y jura que a mí me queda mejor.
Me zafo de sus manos para ir al armario. Saco una de sus blusas, la
de botones como de perla.
—Hoy tienes que impresionar, –le digo; tú eres impresionante
–tengo mucho qué decirle, pero, de la nada, no sé cómo. Hago
una pausa para concentrarme y continúo. Intento decirte eso
bonito que me has explicado sobre la coherencia –confieso
mientras ya le estoy poniendo la blusa.
Inhala, noto que Áurea se aguanta la risa, exhala. Le quiero dar un
beso por cada botón que le abrocho, pero no me deja.
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