Page 32 - Afuera en lo profundo
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Yo tendría que disimular mi felicidad, pero no hay tal cosa, sólo esta
            cantaleta adentro de mí: no debí desvelarla anoche, no debí, no debí.


            ¡Inconsciente, nada se compara con el reconocimiento que recibirá
            Áurea.


                —Será un día intenso y no has desayunado, –digo y le acerco la
                  charola.


                —Mejor me voy, —dice y se marcha.


            Feyo abandona su juguete y ladra, no quiere que Áurea se vaya.
            Inhalo, miro al perro y él también me mira, exhalo, hay que llevarlo
            a pasear.


                —Vamos, –digo para darnos ánimo mientras le pongo la correa.


            Feyo y yo paseamos juntos, aunque yo más bien voy en mis rollos:
            hace tres meses perdí el trabajo y unos días después conocí a Áurea.
            En cuestión de semanas estaba viviendo con ella, eso no significa
            que me guste vivir de a grapa o que me falte voluntad propia, como
            piensan algunos de mis amigos. Pero vivimos en otro tiempo, y a
            mí no me quita nada hacer talacha doméstica. Aunque se supone
            que el hombre pone la casa y el gasto, estas creencias no van con
            Áurea, ella me ha abierto la mente. Apuesto a que sus compañeros y
            alumnos la aman, además, disfruta lo que hago, lo valora. Cada vez
            entiendo más porqué, a diferencia de otras novias, no me pregunta,
            cuando le hago el amor, si la quiero. Una vez por decirle mi cielo,
            mi reina o una de esas cursilerías, me dejó con las ganas de hacerle
            caricias, a pesar de que ya la había complacido tal y como a ella le
            gusta. Se lo dije sin pensar, se me salió, pero hasta dejó de hablarme
            durante varios días, se iba de casa más temprano y regresaba más
            tarde de lo común. Perdón, Áurea, le pedía y pedía.






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