Page 76 - Afuera en lo profundo
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diablo. Desde ahí, tumbado, veía el empeño de su esposa al pie del
            pino artificial, donde León había dejado su zapato. La estancia olía
            a calzado nuevo y árbol de plástico, Julio empezó a cabecear. Si por
            él hubiese sido, se habría quedado dormido, atrincherado por los
            cojines, hasta recuperar el alma. Pero unos gritos se infiltraron en
            sus deseos: —Papá, papá, ya llegaron, los tres Reyes. Aún no era la
            hora de retirada. Se puso sus tenis viejos y volvió a ocuparse en la
            revuelta, centinela de los juegos del chiquillo.
























































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