Page 73 - Afuera en lo profundo
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que la barriga le había crecido. Con todo y eso, Julio alcanzó a ver
            lo maltratados que estaban sus tenis. Hacía casi dos años que los
            había comprado en las rebajas sobre rebajas, al final de la temporada
            navideña.


            Aunque su propósito había sido iniciar a correr, los desgastó en
            el ajetreo diario: llevar y traer a León de la escuela, arreglar ésta
            o aquella avería de la chatarra que tenía por auto, descansar sus
            pies después de dobletear turno en la fábrica e ir por el mandado.
            Ocupado, siempre sitiado, ¿en qué momento pudo haber hecho
            ejercicio? Ahora, esa madrugada, se los había puesto para ir, al
            igual que mucha gente movida por la ilusión, de compras. Isabel se
            adelantó al coche, entonces, él aprovechó para meter la mano entre
            los cojines. La hundió en el recoveco hasta dar con lo que ahí había
            resguardado. Enseguida alcanzó a su esposa, y como si un tipo de
            magia se hubiera apoderado de él, preguntó: ¿A dónde?, ¿bodega o
            palacio?


                —¡Qué dilema! ¿Es en serio tu pregunta?, –replicó ella. —Ah, pues
                  que es noche de reyes, ¿verdad?, –recalcó él, y de inmediato
                  arrancó.


            En el palacio, Isabel, sonriente, y Julio, distraído, atravesaron
            el departamento de perfumería, el de electrodomésticos, el de
            deportes. Fueron esquivando los contingentes de compradores
            que deambulan con  cara de  pánico, algunos,  otros, con cara  de
            determinación a cumplir su encomienda, y unos más como si
            hubieran empeñado el alma. Tal vez sólo estaban encandilados por
            el brillo de los escaparates o ensordecidos por un incesante cling,
            cling de cascabeles, seguramente era el frío de la madrugada, tuvo
            tiempo de pensar Julio franqueando la muchedumbre.

            En la sección de juguetes Isabel se quitó los guantes. Pese a sus
            dedos entumidos, logró desdoblar una hoja de papel que leyó en
            silencio. Julio bostezó igual que un león y se acordó de su hijo,
            de los gestos que hacía cuando la mamá lo obligaba a meterse a la
            ducha por las mañanas. —Quiere un patín del diablo eléctrico, una



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