Page 74 - Afuera en lo profundo
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tarjeta de Netflix y un iPad, –ella repitió, leal, la lista de la comitiva
            que recién había leído, lo hizo en un tono tan solemne que parecía
            diplomática. —Lo que nos faltaba, la ironía de Julio terminó de
            congelar el semblante de su esposa. —Mientras uno siga creyendo…,
            –dijo ella, como si empezara a contar un cuento de hadas, una
            fábula de reinos encantados. —Pues mejor que no crea. ¿De qué
            sirve creer y que nosotros lo fomentemos, si tarde o temprano se
            enfrentará con la realidad?, –contrapuso Julio y espió a ver si en
            los ojos de Isabel se asomaba algún signo de que había cambiado
            de opinión, de que iba a rendirse, pero nada. Así que redobló sus
            argumentos: —Además, vivimos en un país laico, democrático, ya no
            hay coronas, desaparecieron los tronos. —¿A quién se le ocurrió esto
            de los monarcas mágicos? —Reyes, –desplegó ella. —Como sea, sólo
            le compraremos una cosa, –restringió él. —Debemos mantener viva
            la ilusión, –negoció Isabel. —Dirás si-mu-la-ción, –Julio enfatizó
            cada sílaba, mientras echaba un vistazo alrededor de él, luego
            negoció: —Para eso yo no tengo dinero, cooperaré para el patín del
            diablo, y nada más. —Llevaremos los tres regalos, ella no bajaba la
            guardia. —Mira, no voy a discutir, a su edad, León no sabe lo que
            quiere. Iré a caminar por ahí. Te veo en 10 minutos, ve escogiendo
            el patín. Isa, hay que poner en claro quién manda. Imagina qué
            pasaría si dejamos el futuro del mundo en manos de unos mocosos,
            –Julio declaró, más desilusionado que convencido. —Pues, aunque
            no cooperes, por eso yo trabajo también, y le compraré todo lo que
            pidió, –Isabel no minimizaba su compromiso con la misiva. —Pues
            aunque fuéramos millonarios, ya te dije que no, –sentenció Julio
            arremedando el tono de su esposa.


            Luego de los 10 minutos de tregua, él se acercó a donde Isabel. Llegó
            con las manos cruzadas por debajo de la espalda, igual que hacen los
            que llegan en son de paz. —¿Y el patín del diablo?, –Julio preguntó,
            sorprendido, más que si le hubieran dado un deseado regalo.
            —Llevaremos las tres cosas, reafirma ella. —Isabel, tú y yo somo dos,
            pero sólo nos alcanza para uno.




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