Page 72 - Afuera en lo profundo
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Destronado
Durante unos segundos vuelven a las horas que guardan su
infancia y el olor de las hierbas, pero ya es tarde y tienen
que decir adiós y descubren que en un rincón está su vida
esperándoles y sus ojos se abren al paisaje sombrío de sus
disputas y sus crímenes, y se van asombrados del dibujo
que hicieron con sus años. Y viven otras generaciones a
repetir sus mismos gestos y su mismo asombro final.
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir
Si por él hubiese sido, Julio se habría quedado dormido en el sofá
de cojines tan anchos como su espalda, pero esperaba a Isabel. En
tanto, y no sin antes haberle echado un ojo al pasillo que conectaba
la estancia con las recámaras, abrió su cartera. Sacó dos tarjetas
bancarias y tres, cuatro, cinco billetes de quinientos pesos. Los
empujó hasta el fondo del recoveco del sofá. Sólo dejó un par de
billetes y la foto de su hijo en la cartera. Aunque se dijo que había
hecho lo correcto, se sintió más desganado.
El frente frío que había entrado esa noche, fue el más tiránico de
la temporada, Julio se acurrucó. Apenas estaba entrando en calor,
cuando escuchó que su esposa se acercaba. —Listo, por fin se quedó
dormido, –murmuró ella. Necia que eres, Isa, –le dijo. —Es por la
ilusión, Isabel habló como si estuviera dejando al descubierto algún
reproche; tal vez, sólo se trataba de una obviedad. —Seguramente el
chiquillo ya lo sabe y se hace, –señaló Julio, despreocupado y con
aires de insurgencia. —Tú eres el que se hace. Déjate de babosadas
y vámonos, –comandó su esposa, al batallar en ponerse unos
guantes imitación de lana. Él también tuvo su propio combate; tras
un pujido y varios esfuerzos por ponerse de pie, se levantó. Desde
cualquier ángulo –de perfil, de frente, de espaldas–, era innegable
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