Page 68 - Afuera en lo profundo
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de mí, guarda de todo, menos fotos de mí. Que recuerde, nunca me
            ha mostrado alguna de cuando yo era bebé y no he visto ninguna de
            cuando niña. Es como si su hija no hubiera existido por largo tiempo,
            hasta ahora que la busca. En sí, ella no es de conservar ese tipo de
            recuerdos; al contrario, acumula fierros que fueron herramientas,
            muñecos de peluche y mugre, aparatos destartalados. Desde que
            papá se escabulló, mamá levanta y arrumba cuanto tiliche halla en
            el camino. Supongo que guardan cierto valor, más que yo, pues no
            los lleva al centro de acopio, ni porque los achaques, la sudoración
            y respiración agitada la pongan de los mil demonios, ni porque le
            urja el dinero; mucho menos permite que me acerque al escondrijo
            donde los amontona. Una vez que arroja cualquier tiliche al rincón,
            no  da la vuelta para limpiar el polvo y remover las telarañas, ni
            siquiera para saber qué tanto guarda y guarda. Ella es de la idea de
            que nunca se sabe cuándo puede servir de algo un cachivache. De
            hecho, cada día hay menos espacio, cuesta respirar, una no puede
            andar a gusto así.


            El maestro de historia dice que este mundo es inmenso, que debemos
            salir de la caja y escribir nuestra propia historia. Pero, pienso, cuál
            es el chiste, si las personas no tuvieran a dónde llegar, un lugar al
            que, si no vuelven, dejan de ser. Era el mes del amor y la amistad,
            ella  jugueteaba  con  el  celular.  Mírate, qué  chula,  pero yo  no  me
            miré, me bastaba saber que ella me miraba. Le creí para disfrutar el
            momento, lo mismo que ahora, y me alegré con su alegría. Sólo que
            hoy, no me alegro con su angustia. Podría terminar con esto, pero,
            Diosito, déjame estirarlo un poco más. Hay que tomarnos muchas
            muchas fotos, me dijo de lo contenta que estaba. Dos, tres, 50, 100.
            Mi pelo enredado, mis jiotes y ojeras fueron lo de menos, posé. A
            mamá le brillaban los ojos y la piel que, a decir de los vecinos, era
            un cartón en el que drogadictos y borrachos descansaban. Obvio,
            nos tomamos muchas selfies, lo que hacen las amigas. Ella, a sus
            27, se veía de 12, y yo, a mis 12, me veía condenada a 27 años de
            penitencia. Sí, mamá estaba en un distinto tipo de éxtasis. Hoy, en
            cambio, no halla consuelo, ella también quisiera desaparecer.




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