Page 65 - Afuera en lo profundo
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cuello de popote?, no te parecías a papá ni al tío. Eras, ni más
                  ni menos, un largucho y escuálido hombre con acné y sombra
                  de bigote, que sabía anudarse la corbata. Hasta ese momento,
                  te habías hecho el que no sabía, como ahorita que según no te
                  acuerdas de lo que ese día pasó. Cada quien tiene sus maneras
                  de expresarle a alguien que uno podría arreglárselas solo, pero
                  que la vida es más bonita o al menos no tan aburrida, con ese
                  alguien. Ahí tienes a mamá y su necesidad de enfadarse a diario
                  con papá, al tío y su convicción de que es indispensable, aquí
                  estamos tú y yo, tú pidiéndome que te cuente por enésima vez
                  la historia y yo, contándotela.

            También  lo  quise  mucho,  cada  quien  lo  hizo  a  su  manera,  el  tío
            Sergio, mamá, tú y yo, sin lugar a dudas, íbamos a echarlo de menos.
            Todavía extraño el “Buenos días, alegría,/buenos días al amor,/
            buenos días a la vida, buenos días señor sol”, que cantaba para
            despertarnos los días de escuela, con la voz baja, bajita, para que
            mamá, que dormía, no se pusiera de malas, e igual, muy quedito,
            nos ofrecía el desayuno. Salíamos a hurtadillas, pero era imposible
            que, el vocho, al arrancar, no hiciera escándalo. Los tres nos reímos
            porque sabíamos que mamá se habría despertado de malas. No
            obstante, nada robaba de esas mañanas la alegría. Primero, papá nos
            pasaba a dejar a la escuela y luego él se iba a trabajar. Yo no sé,
            pero nunca hice berrinche y mucho menos me puse nerviosa con
            el médico ni con el dentista cuando él me llevaba. ¿Tú?, por eso, él,
            y no mamá, nos acompañaba. Yo digo que la confianza que tengo la
            tomé de él.

            Y hasta que te vi con aquel precioso nudo Windsor, me desanudé,
            sentí  alivio,  dejé  de  preguntarme  porqué  no lloraba.  Pude ver.
            Inmediatamente me tendiste la mano y nos sonreímos el uno al
            otro, como ahora, igual que cuando pensamos en lo mismo.


            Gracias, papá.







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