Page 66 - Afuera en lo profundo
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El rincón de los tiliches



                 Yo era el único enteramente vivo entre el montón de fatigados,
                            alerta en medio de toda aquella respiración múltiple,
                                     absorbiendo un aire sucio que había pasado
                                                       ya por todos los pulmones.


                                                      Adela Fernández, El montón




               La felicidad de mamá fue más corta que febrero, aunque para mí,
            duró años, siglos. Otra vez, como antes de su plan, chilla, se revuelca
            en el suelo, avienta cosas, sólo que ahora, con mi desaparición, es
            más intensa. ¡Ay!, ¡¿qué va a ser de mí?!, con razón dice que puras
            preocupaciones le doy.


            ¡¿Dónde estás?!, no sabía que yo le preocupara así.


            Anda de aquí para allá en esto, a lo que le decimos casa. Cinco pasos
            para un lado, cinco para el otro, ir más lejos, imposible. Parece un
            péndulo de Newton, ese que la maestra de ciencias construyó con
            mis compañeros y conmigo en el salón de clases, ¿o fue el profe
            de historia?, bueno, ¿qué estudiante de secundaria sabe qué día es
            y en qué clase está?, sé que tú no me juzgas, nadie dijo palabrotas
            ni se quedó dormido durante esa clase. Al terminar el péndulo,
            la  maestra  preguntó  si  los  avances  científicos  y  tecnológicos
            ayudaban al ser humano o lo ponían en riesgo. Mis compañeros y
            yo respondimos en coro, como si hubiéramos ensayado una poesía
            coral, que  nos hacían  bien, que nos hacían  mejores.  Después de
            habernos escuchado, el profe, creo que sí fue él, comentó algo sobre
            el optimismo que nos deja ciegos. Tampoco recuerdo al cien por
            ciento qué, pues además habló acerca de las guerras y me quedé
            pensando en que los pasos de la humanidad la llevan a su propia
            destrucción, o algo así de deprimente. ¿No te basta con mis propios
            problemas?, reclamó mamá cuando le conté sobre aquella clase.




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