Page 64 - Afuera en lo profundo
P. 64

no lo recuerdas, pero imagina la escena: el hijo adolescente que,
            atravesando la opaca luz que se había colado por los vitrales de la
            sala, entre la tenue llama de los cirios, se acerca a despedir el cuerpo
            de su padre. Allí delante de papá, delante de todos, vomitaste tu
            furia:


                —Desde antes me abandonaste y ahora te mueres. Te esfumas
                  y dejas todo hecho un lío. Pero eso sí, te vas encorbatado con
                  un glorioso nudo Windsor, al cabo aquí dejaste al hombrecito.
                  ¿Soñabas con verme crecer?, soñabas, porque en realidad
                  no me veías y ya no me verás. Preferiste ser para otros el
                  mejor compañero, maestro ejemplar, gran ser humano. Pero
                  no mi padre, ¿qué?, no te apenes, hermanito, así lo dijiste,
                  aunque no voy a decir que en ese mismo orden. Eras joven
                  y estabas molesto, ¿quién no lo habría estado con semejante
                  pérdida?, no lo digo así nada más para justificarte. Yo, si me
                  hubiera encontrado en la pubertad, me hubiese puesto más
                  melodramática, realmente histérica, pero era una niña aturdida
                  y con un nudo en el gañote porque, no me juzgues, pensé que
                  no sentía nada por la ausencia de papá, y ésta era mi verdadera
                  angustia. Tú, en cambio, en la medida que te revelabas
                  severo frente a su cuerpo, acogías su memoria, que el dolor,
                  de una u otra manera, estaba por arrebatarnos, ¿recuerdas?,
                  tu dolor era rabia, escupías por todas partes, hermano. Sin
                  explicaciones, le pediste al tío Sergio su corbata. Pese a que él
                  iba a quebrantar sus principios de etiqueta, te la prestó porque
                  vería materializada una insignia de su ser en ti. Te quitaste las
                  gafas y la gorra. Como todos, menos yo, por fin llorabas, y a
                  punto de hacerte el nudo, el tío interrumpió:


                —Deja, yo te muestro cómo se hace, –ordenó procurando ser
                  cálido, exhibiendo sus ojos hinchados de tanto llorar, pero
                  estarás de acuerdo en que estaba desbordado porque te
                  acercaste a él. Tú, sin miramientos, te soltaste y en cuestión de
                  segundos hiciste un precioso nudo Windsor. ¿Ves?, eras joven.
                  ¿A quién se le hubiera ocurrido colgar tremendo moño en un




            62
   59   60   61   62   63   64   65   66   67   68   69