Page 18 - Empatizando. Relatos para jóvenes
P. 18
Llegamos al cerro, hacía calor y apenas había algunas nubes oscuras
que nos daban un poco de sombra. No dejamos de pedalear,
descubrimos nuevos caminos que nos llevaron a una parte boscosa de
la sierra de Santa Rosa, estábamos cansados cuando nos detuvimos
junto a un riachuelo, ofrecí naranjas a mis amigos y tomamos agua.
Vi que había muchas especies de aves, pasaban volando cerca de
nosotros, algunos cardenales, huilotas, tórtolas, carpinteros, águilas,
jilgueros, pinzones y mirlos, pero no escuchaba sus cantos ni su
escándalo.
Nos metimos a la presa a nadar y cada vez que sumergía la cabeza
en el agua me daba cuenta de que no escuchaba nada tampoco. Se
supone que el agua no suena sola, por eso empecé a manotear, sólo
veía pasar las burbujas frente a mí y cuando manoteaba para avanzar
no escuchaba ningún sonido.
Ya entrada la tarde, emprendimos el camino de regreso a casa,
estaba intrigado, algo había sucedido conmigo, y entonces, me di
cuenta que no había activado mi auxiliar auditivo y cuando lo hice,
mi pequeño mundo cobró otro sentido.
Toda la tarde estuve reflexionando, pensando, sintiendo el sonido,
pensaba, cómo el ruido rompe el silencio con estruendo y los
sonidos de la naturaleza parecen letras que componen piezas
musicales, las voces de las personas nos hacen sentir vivos porque,
¿quiénes somos si no hay alguien que nos escuche o si no hay nadie
a quién escuchar? Entendí la relevancia de disfrutar del silencio y
entender que las palabras y sonidos a veces sobran, tanto, como
falta hacen.
Entendí que cuando me quito el aparato me da un regalo de silencio,
que lo aprecio porque me lleva a un momento de paz, reflexión
y tranquilidad, y entendí que usar el aparato me da otro regalo,
el regalo del sonido, aquel que puede alegrarme, darme ritmo,
16

