Page 25 - Entes y apariciones entre nosotros
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Mis pequeños amigos me alegraron toda mi infancia, pues nunca
me dejaron sola, siempre jugaron conmigo. Recuerdo cómo uno
de ellos me hacía algo muy especial, cuando estaba sola con él, le
encantaba inflar sus cachetes, pero lo curioso es que no sólo las
mejillas se hacían grandes, sino toda la cabeza, y después, sacaba el
aire despacito, para que su cabeza lentamente regresara a su tamaño,
eso me divertía mucho y a él también le gustaba, puesto que cuando
lo hacía, no parábamos de reír.
Pero no sólo me acompañaron durante la niñez, pues cuando tuve
que salir del pueblo para seguir estudiando, se fueron conmigo a
la ciudad. Allá los veía con menos frecuencia, pero continuaban
haciendo travesuras, a mí y a las personas con las que vivía. Nos
apagaban la luz, cerraban las puertas, pero, sobre todo, les encantaba
esconder las llaves, los zapatos, las pantuflas; por lo tanto, la historia
se repetía, pues acudían a mí para pedirles de favor que regresaran
las cosas, era bonito sentir que tenía ese don de interceder, de hacer
que mis amiguitos devolvieran los objetos extraviados, y más, sentir
la magia de recuperarlos a los pocos minutos, me hacían sentir
especial.
Así estuvieron a mi lado durante mucho tiempo, nunca me dejaron,
y eso también sucedió cuando me casé, puesto que, al irme a vivir a la
casa de la familia de mi esposo, mis amiguitos se mudaron conmigo.
Entonces, empezaron las travesuras, sólo que a ellos no les causaba
gracia, les decían groserías, por ello tenía que intervenir, hablándole
bonito a mis criaturitas, incluso hasta les dejaba dulces; sin embargo,
aunque les advertía que no les tuvieran miedo y que tampoco fueran
descorteces con ellos, nunca me hicieron caso, pensaban que estaba
loca, por ello mis pequeños les seguían haciendo fechorías.
Cuando algo se perdía, me escuchaban que les hablaba con ternura,
les decía:
—Regrésenle las llaves a fulanito, anden, no sean groseros.
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