Page 67 - Una vida dedicada a la enseñanza
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niños, sino que también le brindó una comprensión más profunda
de la cultura y tradiciones del lugar.
Fue durante una de estas tardes, mientras ayudaba a moler maíz, que
un anciano del pueblo, don Ernesto, se le acercó. Había escuchado
sobre la joven maestra y estaba impresionado con su dedicación.
Con una sonrisa arrugada, le dijo: tienes el espíritu de los antiguos
maestros. Aquellos que enseñaban con el corazón y no sólo con el
libro. Aquellas palabras, provenientes de alguien tan respetado en
la comunidad, reafirmaron la misión de María en Los Prietos. Ella
sabía que estaba en el camino correcto.
María despertó una mañana al sonido de la lluvia tamborileando
en el techo de lámina de la escuela. La estación de lluvias había
llegado a Los Prietos. Mientras el olor a tierra mojada penetraba por
la ventana, se levantó y comenzó su rutina matutina. Preparó café
en una olla de barro y se sentó en el umbral de la puerta a observar
la lluvia.
Aquella mañana, muchos niños llegaron tarde debido al barro y los
caminos inundados, pero todos se presentaron, evidenciando su
compromiso y aprecio por la educación. María los recibió con una
sonrisa y canciones que aprendió de las mujeres del pueblo, haciendo
que el ambiente húmedo y frío se sintiera cálido y acogedor.
Después de la escuela, María solía caminar por el pueblo y sus
alrededores, aprendiendo sobre la vida cotidiana y las historias
locales. En una de estas caminatas, don Ernesto la invitó a su casa.
Una pequeña cabaña hecha de adobe con techos de palma y rodeada
de árboles frutales. Mientras se sentaban bajo un gran árbol de
mango, don Ernesto comenzó a relatar historias de su juventud, de
la Revolución Mexicana, y de los antiguos habitantes de Los Prietos.
Las historias eran fascinantes, llenas de valor, amor, traición
y esperanza. Habló de las luchas que enfrentaron durante la
Revolución Mexicana, de la tierra que les fue arrebatada y luego
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