Page 16 - De este mundo... y del otro
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Una tarde el tío decidió ir a su casa, entró y empezó a buscarlo con la
            vista, pues la puerta daba a un pequeño patio, del lado derecho estaba
            la  cocina-comedor, amplia, después una gran recámara  con dos camas
            matrimoniales, en donde dormían los niños, en una sus hermanas y en
            otra el pequeño varón; les habían dejado esa recámara porque estaba cerca
            de la cocina, lo que hacía que se mantuviera calientita.


            En el lado izquierdo del patio estaba un cuarto grande que era la recámara
            de su  mamá, a un  lado, otra  habitación que tenía una gran sala con
            muebles, espejos y recuerdos, finalmente el cuarto de baño, al fondo, había
            una puerta que daba a la huerta, que estaba llena de árboles frutales y
            a los corrales donde también ellos tenían sus animalitos, así que cuando
            el tío entró, tuvo que guardar silencio para tratar de advertir dónde se
            encontraba su sobrino.


            Avanzaba  buscándolo mientras  inclinaba la  cabeza  de  un lado  hacia
            otro, tratando de abrir lo más posible el oído, y a cada paso que daba se
            sorprendía del resultado de los cuidados del pequeño, pues algunas veces lo
            había visto realizar todo tipo de quehaceres, pero no imaginaba cuánto se
            estaba esmerando, pues la casa estaba muy bonita, impecable, cualquiera
            que la viera nunca imaginaría que estaba deshabitada, y bueno, finalmente
            el tío se encaminó hacia la recámara y lo vio por la ventana plácidamente
            acostado.


            Entró, se acercó a él, y Andresito lo invitó a sentarse en la cama, su tío
            le preguntó qué hacía, el pequeño le comentó que él era el hombre de
            la casa, que debía mantenerla en orden, entonces se le soltó la lengua y
            empezó a contarle como disfrutaba del tiempo que compartió jugando con
            sus hermanas, de cuánto extrañaba las caricias de su madre.

            Su tío lo acarició y felicitó por ser un gran hombre, le dijo que en su casa
            también lo querían, pero que estaba orgulloso de que se encargara de su
            propia casa; platicaron por un rato y lo dejó que continuara disfrutando de
            su soledad; muchas otras ocasiones lo siguió para cerciorarse que estuviera
            seguro, que no corriera ningún peligro.




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