Page 126 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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máximo, al segundo, y quedaban en el suelo en posiciones grotescas; pero
            de diálogos ¡Nanay! Unicamente señales acordadas entre ellos; subida de
            cejas oportuna, movimientos de cabeza señalando a él, o los sujetos que
            debían atacar, o que eran los peligrosos para ellos. En fin, acciones simples,
            pero indispensables en su papel para el que fueron contratados.


            Entre las mujeres existían también actrices de este mismo estrato actoral,
            quienes en las películas aquellas que hacían llorar a cántaros a nuestras
            mamás  por  las  tragedias  humanas  que  representaban,  teniendo  como
            marco los barrios bajos, o las mansiones citadinas de la capital; otras veces
            de alguna hermosa población del interior del país, o, por lo menos, un
            rancho, cuyo dueño era el terrateniente más grande de la región. Ellas eran
            las criaditas, testigos a veces, y otras veces cómplices de los amoríos de sus
            señoritas con el galán furtivo, demostrando su ingenio en las situaciones
            conflictivas, que podían ser de tono trágico, o chusco, las más de las veces.


            Para eso se pintaban solas doña Delia Magaña y doña Enriqueta Ressa.
            Esta última era esposa en la vida real del villano más malo o sanguinario,
            que representaba en las películas mexicanas los papeles más abyectos, como
            el  de  violador  de  doncellas,  marido  golpeador,  explotador  y  golpeador
            de niños, y muchísimas veces, de asesino a sangre fría; era don Miguel
            Inclán, que lo mismo podía estar haciendo sus fechorías en un rancho,
            que en un barrio perdido de la capital del país, como La Candelaria de
            los Patos o Tepito, por ejemplo. Sus expresiones fieras o lujuriosas, según
            el argumento de la película imponían de tal manera, que hasta causaban a
            veces pesadillas después de verlo actuar.


            Y hablando de villanos de cuello blanco, situados a veces en la gran urbe
            o como poderosos dueños del rancho o hacienda más grande de la región,
            donde fuere, pero teniendo siempre en sus manos el destino de mucha
            gente,  la  figura  fílmica  por  excelencia  que  inspiraba  temor,  con  esa  su
            mirada de tigre siempre al acecho que lo caracterizaba, teníamos a don
            Carlos López Moctezuma, primerísimo actor del cine mexicano, el cual
            destacaba en ese periodo de nuestra industria fílmica.







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