Page 124 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Lo de menos fue el diálogo de voces cavernosas entre un hombre al que
nunca se le vio y la mujer aquella.
Lo que les quedó muy claro a los chiquitines fue que si no obedecían a su
mamá, ésta los iba a maldecir y se convertirían en niños arañas.
Cuando se cerró el telón y se prendieron las luces, la frágil doncella (la tía)
estaba entre los brazos protectores del fornido galán (el novio), pero a ellos,
la comparsa, que se estaban literalmente huixando de miedo, ni quién los
pelara. Lo único que su pariente les dijo fue: “¡Ya vieron, eso les va a pasar
si desobedecen a su mamá!”
Y salieron de nuevo a las luces y el bullicio externo. De pronto, la hermanita
de cinco años rompió el silencio y preguntó:
—Oye Chato, ¿y esa muchacha se baña?
—¡Pues yo creo que sí!
—¿Y cómo lo hará?
—¡Supongo que con manguera!
—¿Y qué come Chato, moscas como las arañas? —la de cuatro años
intervino.
—¡No lo creo, si es muchacha!
—¿Y caga? —continuó la de cinco.
—¡Pues creo que sí! ¡Si come tiene que cagar, sino le daría “ch’otnac”!
—¡¿Y cómo, en bacinilla?!
—¡Nooo, debe ser en bacín, ahí está más grande el hueco!
—Chato, ¿y se puede casar ella?
—¡Pues es claro, he visto que las arañas tienen hijitos!
—¿Y con quién?
—¡Pues con un hombre araño que lo maldijo su mamá igual!
—¡Ah, pues claro, ta’bien! respondieron las dos.
Y así, entre doctas conjeturas y lógicas contundentes, llegamos a mi casa
esa noche, prometiendo los tres, jamás desobedecer a nuestra mamá, por
si acaso.
¡Aplausos y carcajadas rubricaron esta anécdota!
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