Page 121 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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La  mecánica  era  ésta:  cuando  mamá  cocinaba  algún  sabroso  guiso  de
            nuestra cocina tradicional, que no era muy frecuente elaborar por su grado
            de dificultad o la falta de los ingredientes necesarios; estoy hablando de
            un rico mechado o salpimentado, pipián de venado, patitos de mar en
            estofado, etc. Recién terminado el guiso, separaba en alguna de esas ollitas
            una buena ración del mismo y me decía: —“Llévale este ‘bocadito’ a doña
            Mila (o a doña Rosario, doña Tina, doña Lupita...) porque sé que le gusta
            mucho”.


            Y allá se iba la ollita, la cual regresaba a los pocos días, colmada de alguna
            otra sustancia alimenticia, en reciprocidad. No sé cuántas veces y cuántos
            años fui portadora de estas ollitas con su contenido de bocaditos, para las
            respectivas vecinas de nuestro entorno.

            Las dos amigas y yo coincidimos en que nos tocó vivir una hermosa época
            de confraternidad y respeto urbano-social.


            Para  no  romper  el  encanto,  nos  despedimos  afectuosamente  sin  hacer
            ninguna comparación con los tiempos que corren. Hubiéramos terminado
            llorando.

































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