Page 180 - El magisterio y la vida en verso y prosa
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Los estudiosos narran que, entre los siglos VII y IX, Castilla se independizó
            de Asturias y León, convirtiéndose en un reino, y sobrevino con esto el
            desarrollo de su propio medios de comunicación oral y escrito. Durante
            su  sometimiento  a  las  otras  provincias,  ambas  formas  de  expresión  se
            habían influenciado del romanceamiento del latín vulgaris, que hablaban
            sus habitantes, muy poco contagiado por el germánico de los visigodos, lo
            que dio como resultado una nueva forma lingüística, el castellano, notable
            entre los demás dialectos que surgieron en la zona, que fueron: entre el
            galaico-portugués,  que  más  tarde  se  dividió  en  portugués  y  gallego;  el
            leonés, el aragonés y el catalán.


            Lo que singularizó al castellano es que en el siglo X se habían descubierto
            en los archivos de los conventos de Santo Domingo de Silos y de San Juan
            de la Cogolla, unas notas marginales o glosas, que aclaran, con términos
            castellanos, el significado de ciertas expresiones o voces en latín. A estas
            glosas, nos dice el autor del artículo, se le consideran las actas de nacimiento
            del idioma castellano, pues salen a la luz después de tres siglos, lo que
            justifica su gran vitalidad y fuerza de innovación entre los otros dialectos
            hispánicos.

            Desde el siglo XII vieron la luz ciertas obras literarias escritas en castellano,
            en donde los expertos observaron ciertas tendencias a adoptar la variedad
            burgalesa, como: El Cantar del Mío Cid y las producciones de Alfonso X,
            El Sabio.


            El castellano del siglo XTV estaba ya apto para que escritores, prosistas
            o  poetas,  dieran  a  conocer  sus  obras  en  este  idioma  y  al  fin,  en  1492,
            Antonio Nebrija publica su gramática castellana, la primera entre todas las
            lenguas, en que se difundió el latín.

            No  obstante,  el  castellano  estaba  ya  contaminado  con  dialectismos  de
            la  propia  península,  sobre  todo  del  andaluz,  luego  con  extranjerismos
            procedentes del italiano y el francés, que trataban de imponer su propio
            prestigio europeo y, por último, con los indigenismos de los países de la
            América conquistada.





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