Page 44 - Colección Rosita
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Máximus tenía un antiguo hogar, de pronto, se vio en los brazos de alguien
a quién no conocía, esa humana se empezó a hinchar de una manera
extraña, lo depositó en los brazos de otra humana sonriente, quien lo
empezó a besuquear y lo llevó a un nuevo hogar donde conoció a su
hermana Vegetta, dormilona, ¡le sacaba la lengua en todo momento!
Sus intereses se centraron en otras cosas, era excitante subir a las azoteas
por las noches y explorar por todas partes. Ya no era un pequeño minino,
tenía enfrentamientos con otros gatos, ¡a veces enormes!, peleando por el
territorio. Carecía de experiencia, ¡siempre perdiendo sus batallas!, pero no
se vencía a las primeras y volvía cada noche a hacer de las suyas, después
de todo, ¡tenía siete vidas! Y su humana, era muy buena para curar sus
heridas.
En una de sus escapadas, conoció a Loreta, poseía los ojos más bellos jamás
imaginados. Quedó embelesado por esa preciosura, ¡hasta sus maullidos
eran celestiales!
—¡Hola, preciosa!, ronroneó a la gata negra, con motas blancas dispersas
en todo el cuerpo, frotándose a su suave pelaje con seducción, —¿eres
de por aquí?, no te había visto.
—Vivo justo ahí, le mostró un enorme árbol y le guiño un ojo, me
escapé, no me dejan salir, por los peligros en todas partes, pero en un
descuido, subí hasta llegar hasta aquí.
—¡Grrr, grrr!, ¡en mejor momento no pudiste haber venido!, sonrió
enseñando sus bien afilados colmillos y una pequeña hilera de dientes
blancos y parejitos, —¡es tu día de suerte!
Brincaron entusiasmados por todas las azoteas, sin exponerse al peligro, y
exhaustos, contemplaron la luna y las estrellas.
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