Page 46 - Colección Rosita
P. 46
Loreta se alejó corriendo, agazapándose en los techos, recorriendo con
elegancia y pericia las bardas altísimas, escondiéndose y bajando veloz por
el árbol que la conducía a casa.
Máximus volvió malhumorado a su hogar, esperó en la azotea a que su
humana viniera a bajarlo, no quería arriesgarse, Chandler y Joe, los nuevos
integrantes perrunos de la familia estaban cerca y le podían dar una buena
correteada. No tenía humor, ni energía.
Se sentía despreciado, ¿quién se lo mandaba?, no podía confiar en unos
ojos como los de Loreta, ¡lo sabía!, ¡siempre engañan!, pensó con tristeza
y decepción.
En varios días no salió, no quería dar su brazo a torcer, si acaso la veía, iba
a pensar que la andaba buscando y se podía creer mucho. Su naturaleza le
ganó y por fin volvió a las azoteas.
Se encontró con la banda de El Negro, ese gato era malvado; siempre
ganaba la comida encontrada en la basura, hasta saciarse y no permitía a
nadie acercarse.
—¡Déjanos un poquito Negro!, dijo Tito, maullando por un pedazo
de carne o una migaja de pan, —¡a ti te dan de comer, nosotros no
tenemos nada!
El Negro dejó de comer y los miró, amenazante.
—¿Qué dijiste?, maulló con ferocidad, —¿que yo no tengo hambre?
—¡Déjalos comer!, dijo Máximus, maullando con valentía, —ellos
siempre están en la calle.
—¡Cómo te atreves!, se lanzó por los aires, hasta Máximus —¡te voy a
enseñar quién manda aquí!
44

