Page 60 - Colección Rosita
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Bertín era el mejor amigo de Melania, ¡era mágico! Todas las hormigas lo
respetaban por sus dones.
Ese día, encontraron un pedazo de papel que trajeron las hormigas
inteligentes, quedó extasiada, contemplando un bello panorama,
desconocido para ellos. Corrieron a llevárselo a su madre.
—Es el mar, dijo Quiña, —se hacen unas olas enormes, pueden
acabar con todo, pero también tranquilizan cuando llegan a la orilla
despacito, dulces y acariciadoras.
Melania y Bertín echaron a volar su imaginación con el relato de su mamá
y recordaron una aventura contada por el viejo Ónix, el hormigón sabio,
de sus travesías en alta mar: Estuve mucho tiempo en un buque pesquero,
en la cocina, ahí era donde abundaba la comida. Conocí tormentas, sismos
y tsunamis, pero la belleza de recibir en el cuerpo sus frescas aguas, hinchar
los pulmones con el viento limpio, conocer gente y tener amigos de todas
las comunidades de hormigas en el mundo, es lo máximo, y sobre todo
muy, muy saludable.
—¡Quiero ir al mar!, gritó jubilosa Melania, —sería feliz si navegara en
sus aguas como Ónix.
—¡Hasta sueñas hija!, dijo su madre, con sonrisa socarrona, —al mar
sólo van las hormigas trabajadoras, las arriesgadas, sobre todo, las
más sanas.
Agachó su redonda cabecita, los ojos saltones se pusieron vidriosos y
contuvo las lágrimas, ¡si no estuviera enfermita!
Salió de su cueva de paja, no podía hacer mucho, nada más se sentaba
en la banquita, observando la plaza de la extensa ciudad, ¡nunca la había
conocido en su totalidad! Su mamá no le permitía salir más allá de la barda
de piedra, que circundaba su colonia Hormigosa del Sol.
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