Page 62 - Colección Rosita
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—¿Por qué lloras?, inquirió Bertín, que como siempre, se había quedado
                  atrás, por dormilón.


               —¡Quiero conocer el mundo, el mar, a los humanos!, dijo, desesperada.


               —Mmm, ¡pero tú tienes asma!, contestó Bertín, —si sales, te puedes
                  enfermar.


               —¡Lo sé!, dijo resignada, —¿no habrá alguna forma?


               —Romperíamos la cuarentena, pero, susurró Bertín, —si no se lo dices
                  a nadie, te diré un secreto y podrás salir.


            Bertín  se  quedó  mirando  la  gota  de  lágrima  derramada  por  Melania,
            aplicó  su  magia;  achicó  los  ojos  saltones,  tocó  con  suavidad  la  lágrima
            que empezó a brillar, hizo un movimiento pintoresco, aventó unos polvos
            fluorescentes y apareció un pequeño orificio en ella.


               —¡Entra!, ordenó, —¡hazlo rápido y cierra los ojos!


            Bertín tomó la mano de Melania, entraron presurosos, cerraron los ojos y la
            gota de lágrima rodó hasta la ventana terrenal, saliendo vertiginosamente
            al mundo.


            Melania estuvo a punto de abrir los ojos, se sentía mareada y en ascuas,
            pero la presión de la velocidad se lo impidió, tenía las mejillas sonrosadas y
            la acometió un hipo de susto, que para qué les cuento.


            La gota de lágrima llegó a la playa donde se encontraba Isla, una niña
            tímida, no tenía amigos, se sentía fea y creía que nadie la quería. Sentada,
            a la sombra de una palmera frente a su casa, algo la salpicó y dejó de lado
            el cuento que tenía en sus manitas; tenía apenas cinco añitos, no sabía leer,
            pero los dibujos eran de su agrado.







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