Page 114 - Los objetos del poder
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tiempo para que Viktor pudiera intentar ayudarla, el portal se cerró de
            inmediato, como si sólo quisiera atraparla a ella. El otro se abrió dónde
            estaban parados Taurus y Marco, succionándolos de inmediato sin que
            tampoco Barto o René pudieran hacer algo para evitar que desaparecieran
            de ahí. Pero Aldebarán fue delicado y preciso con ellos, su caída fue sólo de
            dos metros de altura al reaparecer kilómetros atrás, sólo se golpearon con
            fuerza, pero ninguno tuvo una lesión de gravedad.


            El tiempo seguía su curso sin detenerse, y casi culminaban el par de horas
            que tenían de plazo los y las guerreras para volver a ascender; todos los
            que estaban más adentro, ya fuese por el difícil camino vertical o por las
            escaleras del pasadizo, comenzaron a arrojar hacia abajo todo el material
            inflamable que llevaban consigo. Uno tras otro, barril tras barril caían y
            caían  golpeándose  y  quebrándose  al  chocar  cuesta  abajo,  abriéndose  y
            derramando líquidos, sólidos y polvos al interior de las profundidades de
            la cueva; de inmediato comenzaron su ascenso, escuchando a los que aún
            venían bajando que ya subieran, que sólo arrojaran todo lo que traían para
            la explosión. Pero ahora Aldebarán cambió la jugada, los que empezaban
            a  subir se encontraron con portales, los cuales  ahora,  los trasladaban
            más abajo de la cueva, se volvió un gran caos, estrepitoso y enorme; los
            que  aún no veían  que sus  compañeros subieran continuaban bajando
            tratando de avisar que ya era tiempo de subir, y los que ya querían subir,
            entraban forzosamente en los portales, que los trasladaban más abajo de
            donde actualmente estaban, quedando cubiertos con los líquidos y polvos
            arrojados para provocar la explosión.


            Los hombres y mujeres sentían mucha desesperación, no eran cobardes,
            pero no podían subir sin que el espíritu ancestral y milenario les cerrara el
            paso volviéndolos a bajar. Los que estaban a la mitad, entre los compañeros y
            los generales que se encontraban en la parte de arriba, comenzaron a subir,
            arrojando lo que traían consigo, creyendo que el resto de sus compañeros
            que habían bajado primero, ya habían sido transportados, hacia un lugar
            desconocido, así que los fueron dejando y abandonando, sin saber que
            estaban mucho más abajo. Como todo mundo hacía mucho ruido no se
            escuchaban los gritos de ayuda de los que fueron transportados hacia el
            abismo, donde se derramaba todo el combustible, no querían caer en el


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