Page 18 - Los objetos del poder
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este lugar, se propuso adentrarse en la conversación de las personas que lo
            invitaron a socializar, y se dio cuenta que muchos individuos entraban a la
            cueva, pero al llegar al punto donde el camino recto se pronunciaba hacia
            abajo todos se regresaban, sólo aventaban piedras o gritaban para escuchar
            el eco que esto generaba; la cueva era obscura porque la entrada era de
            un metro y medio de diámetro, y el camino recto constaba de 100 metros,
            la cueva no se ensanchaba, sólo se hacía un poco más alta, lo suficiente
            para que no se golpeara la cabeza una persona de estatura menor a 1.70
            metros. Los que eran más altos se agachaban y con una mano en la pared
            o el techo de la cueva, se guiaban de ida y vuelta, era fácil saber dónde
            se inclinaba hacia abajo el camino, ya que un rayo de luz entraba en esa
            parte, lo que permitía ver que no continuaba recta la vereda.

            Siguió la noche, y Barto se dió cuenta que nadie, absolutamente nadie,
            según los comentarios de las personas, había bajado esa cueva, a pesar de
            ser tan popular; lo que llamó la atención de él, de inmediato, y ahora sí
            pensó que valía la pena entrar a ese lugar y descender a donde nadie lo
            había hecho.


            Al día siguiente con un poco de resaca Barto consiguió lo necesario para
            bajar en la cueva, algunas cuerdas y ganchos, así como tres antorchas para
            alumbrarse, otra cantimplora para llevar más agua y tener mayor reserva
            para hidratarse.


            Marchó un día después de haber conseguido todo lo necesario, rumbo a
            la famosa caverna, pero a la vez desconocida en su descenso, al llegar allí,
            se propuso a entrar. Efectivamente, la cueva era larga y no muy ancha ni
            alta, lo suficiente para que él caminara sin golpearse la cabeza, sin tener
            que agacharse, con una mano sobre el techo se guiaba por los 100 metros
            de longitud del camino horizontal, y como todos los rumores indicaban,
            llegó al punto donde iniciaba un descenso pronunciado, un rayo de luz
            permitía ver el fin del camino horizontal. Experimentó como los lugareños
            aventando  rocas, las cuales se escuchaba que caían y  caían, al rebotar
            y chocar entre piedras de las paredes de la bajada de la cueva, pero no
            llegaban a un fondo aparente; también gritó, y su eco se escuchaba con
            claridad, al chocar el sonido con los muros de la caverna.


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