Page 19 - Los objetos del poder
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De  esta  manera  se dispuso  a  bajar, encendió  su primera  antorcha, se
            preparó con las cuerdas, hizo los nudos necesarios para rapelear y se colgó
            muy bien su mochila con lo indispensable para descender.

            La bajada en un principio fue fácil, había piedras muy grandes que al ir
            brincando de un lado para otro, permitían bajar como si fueran peldaños,
            por esas posiciones de las rocas se escuchaba con claridad cuando una
            piedra  lanzada  desde  arriba  caía  y rebotaba,  pero después las piedras
            grandes fueron desapareciendo, hasta quedar muros rocosos que forzaban
            a descender de forma pegada a las paredes cavernosas; situación que era
            muy  difícil  por  tener  que  cargar  la  antorcha;  además  debía  ir  dejando
            cuerda atada  a las rocas  grandes de arriba, para poder subir  cuando
            regresara a la superficie.

            La cueva en su camino vertical  era  muy cambiante, se ensanchaba y
            luego reducía, las piedras gigantes volvían a aparecer, y después de varios
            metros escaseaban, eran tan grandes que podía tomarlas de descanso sin
            dificultad  ni  problemas,  pero  cuando  éstas  no  estaban,  resultaba  muy
            complicado  descender.  Barto  llevaba  muchas  horas  deslizándose  hacia
            abajo y su primera antorcha estaba muy próxima a apagarse; entonces
            volvió a arrojar una piedra pequeña que encontró ahí, y se sorprendió al
            escuchar el mismo efecto como si estuviera al principio del camino vertical,
            la piedra caía y caía, rebotando y golpeando en las paredes obscuras y no
            se escuchaba que llegara a un fondo aparente.


            Le quedaba poca cuerda, y su trabajo era muy arduo, gastaba demasiada
            energía, pero había buenas noticias, se refrescaba continuamente, porque
            existían pequeñas filtraciones, que le permitían beber agua y llenar sus
            dos cantimploras que cargaba en la mochila. La primera antorcha cedió,
            prendió de inmediato la segunda, pensó en volver, pero a pesar de tener
            poca cuerda, sabía que todavía tenía agua y fuego, así que bajaría hasta
            donde la cuerda restante le permitiese.


            Continuó así  su  inminente descenso, sin  utilizar  cuerda, porque seguía
            bajando por rocas grandes, hasta que en una parte del camino, el terreno
            volvió a cambiar obligándolo a atar su último pedazo de soga. Al terminarse


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