Page 50 - Cuatro tres historias de amor
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¿Hasta cuándo seguiría así?, el dolor de no tenerla se incrementaba
            cada hora. No correr a abrazarla era una agonía; soñarla, para
            después despertar en una cama vacía, era peor que verla de la mano
            con otro. Los breves momentos que lograba tenerla a menos de un
            metro de distancia eran un bálsamo dulce para su dolor, pero, al
            perderla de vista, aparecían punzadas lacerantes en todo su cuerpo.


            Una noche, de regreso a casa, decidió acortar el camino tomando
            un callejón oscuro y desolado. Las punzadas en el cuerpo eran más
            intensas que antes y deseaba estar en su cama lo antes posible para
            intentar dormir y no recordarla. No se percató de la poca luz o el
            olor a basura y grasa imperante en ese lugar, ni siquiera le molestó
            el montón de bolsas que tuvo que sortear para llegar hasta el final
            del callejón, sólo las pateaba y seguía avanzando.


            Cuando salió de ahí, sintió pesado su pie derecho, algo se le había
            atorado. Por inercia levantó la pierna y observó la cinta de una bolsa
            enredada en su tobillo, al tratar de deshacerse de ella con las manos,
            se percató que era una bolsa de mujer, de las llamadas mariconeras;
            era pequeña, pero tenía un peso considerable para su tamaño. La
            desenredó de su pie y la tomó con cuidado entre sus manos, estaba
            gastada y el cierre no servía, así que la abrió fácilmente.


            Se sobresaltó al descubrir su contenido, eran  varios billetes
            arrugados y amontonados, parecían introducidos a la fuerza. Miró
            a su alrededor, no había nadie cerca; desconcertado, avanzó un par
            de cuadras pensando qué podía hacer, concluyó que se metería en
            menos problemas si la guardaba en su mochila y la exploraba con
            detenimiento en su casa.


            Cuando llegó a su destino, sacó la bolsita con calma y vació su
            contenido en el suelo. Contó detenidamente los billetes y al final
            tenía en sus manos 20,000 pesos. Pensó que, si llegaron hasta él,
            fue porque el destino le regalaba la solución a sus problemas, podía
            acabar con su sufrimiento. Aún no era tarde, podía alcanzar en
            la esquina de siempre al vendedor de armas clandestinas que se




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