Page 38 - Afuera en lo profundo
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En ese momento, llegaron dos muchachos vestidos como si
estuvieran a punto de iniciar una rutina de gimnasio. Se me
acercaron y, mientras uno se fijaba en las dimensiones de la pista,
el otro me indicaba las canciones que debía poner para acompañar
lo que, con celo, llamó su show. Para empezar, Esta noche, de Chela
Rivas y, por increíble que parezca, Crazy, de Aerosmith, una balada
rockera, para sacarse la ropa. Hice cualquier gesto con la intención
de confirmar y el muchacho que había estado con la atención fija
en el área de baile, me guiñó el ojo, ambos fueron al baño. Al salir
dejaron a su paso un mismo aroma de Axe. Uno se había disfrazado
de policía y otro, de vaquero. Su ropa era demasiado entallada
para las labores de esos oficios. Entre más cosas, me pregunté si
algún stripper habría pensado en disfrazase de DJ y en cómo se
vería. Entonces, disimuladamente intenté mirarme las nalgas. Por
distraído, el vaquero tomó el micrófono sin pedirme permiso.
—¡Bienvenidas y bienvenidos a esta pachanga de Estela!, qué
digo pachanga, ¡reventón!, –dijo mientras con la mano me
daba indicaciones de bajar el volumen de la música y subir el
volumen de su voz. En realidad, no entendí su manoteo, pero
supuse que eso era lo que correspondía. Queremos decirte,
preciosa, –continúo, que has hecho la cosa más inteligente,
divorciarte, y por fa, no vuelvas a cometer la tarugada de
casarte por segunda, tercera o por cuarta vez, como muchos
tontos que no aprenden a la primera. El punto es, que estamos
aquí para apapacharte. A ver, Estela, pasa, pasa para acá, déjate
querer, mi reina.
Estela avanzó entre gritos, chiflidos y aplausos; a leguas se notaba
que se sentía como una stripper. Podría decir que fueron las
palabras de aquellos dos, los aplausos de los invitados o mi mezcla
de la música, pero era otra cosa. Estuve a punto de lanzar hielo seco
y de activar las luces estrambóticas otra vez, pero, por lo que vi,
Estela destellaba ante las risas de los invitados que celebraban sus
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