Page 40 - Afuera en lo profundo
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Yo, que ahora, en vez de payaso de rodeo, en serio me sentía DJ, me
había olvidado de mi amiga, hasta que reapareció con el labial corrido
y las mejillas encendidas de rubor, estaba ebria. A tropezones fue a
sentarse en una mesa vacía.
Como a eso de las cuatro de la mañana, algunos invitados se
despidieron y los pocos que continuaban allí se pusieron a platicar.
No sé a quién se le ocurrió la idea de preguntarle a Estela por su
exmarido; vi que ella pegó un brinco, gritó, empujó a varios de sus
amigos, empezó a tirar lo que había sobre las mesas y corrió a los
trasnochados. Estaba descontrolada cuando se me acercó y, a lo
mejor, también a mí me hubiera dicho que me callara, si no hubiese
cortado la música antes. En un tono suave, le dije:
—Estela…, –ella me abrazó llorando, mientras se quejaba:
—¡Víboras!, ¿por qué tenían que preguntarme por él justamente
hoy?, ¿no podían esperar a mañana?
No supe qué contestarle.
—Tú también puedes irte, si quieres, al fin que ya te pagué, –me
dijo, así que me vi en la necesidad de recordarle porqué yo
estaba allí:
—Además, —agregué– no quiero que te quedes así. Mira, un
cuate me está diciendo que hay una fiesta buenísima. Llevan
rato dándole a la música, los tragos van y vienen. Se ve que va
para largo, vente, sigamos la parranda –la motivé, más en el
papel de amigo que de DJ.
—¿De verdad no te quieres escapar de mí?, –preguntó, asombrada,
y con asombro, le respondí:
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