Page 44 - Afuera en lo profundo
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Víctor miraba el fútbol en una pantalla tan larga como su sofá. El
volumen era alto. Tuve la sensación de que mi compañero había
olvidado la invitación que me había hecho y de que yo era un intruso,
porque, al parecer, no se percataba de mi presencia.
—¿Qué tal, Víctor?, –saludé con euforia, pero de él, no vi ninguna
reacción. Entonces, con real culpa dije: —Disculpa, se me hizo
un poco tarde…
—Relájate, –respondió sin mirarme, ni nos dimos cuenta. ¿Te
ofrezco una cerveza?
—No. Bueno, sí –titubeé, pero fui contundente al dar las gracias.
Víctor se paró, se estiró perezosamente y luego volvió a tumbarse
en el sofá, desde donde gritó:
—¡Irene!, mi amor, sé buena, tráenos dos cervezas, –y en seguida,
con mucha soltura en sus palabras, pero con algo de exalto en
su punto de vista, comenzó a hablarme:
—Desde que les dio por meter a puros recomendados, a puros
chamacos hijos de papi que saben más de pasarelas que, de
fútbol, ha bajado el nivel de la liguilla. Mira, Carballo no ha
metido goles desde hace cuatro partidos y ahí sigue ganando
millones. Pero, ¿quién lo va a cuestionar, si es el hijo del
gobernador, ¿estás de acuerdo?
—Casi no veo el fútbol, –respondí. Ganas no me faltaron para
desviar el tema, pero esa era su casa. No había de otra, por
lo que me chuté ese bla bla; aparte de todo, porque moría de
hambre y de sed, y, por si fuera poco, la cerveza no llegaba. ¿Es
tu esposa la que me abrió?, –pregunté, inquieto.
—¿Quién?, ¿Irene?, –contestó con indiferencia y su atención
regresó a la pantalla.
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