Page 47 - Afuera en lo profundo
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Sentí lo más parecido a un ataque de sanguijuelas, para deshacerme
de la sensación dije lo primero que se me ocurrió:
—Pues…, me gustan…, no muy altas, incluso más bajitas que yo.
Víctor soltó una carcajada y me salpicó con la cerveza que acababa
de beber.
—¿En qué estás pensando, chavo?, hablo de las cervezas. A mí
me gustan las gringas, pero no había en el depósito, por eso
me traje las de la indiada. Saben buenas, ¿estás de acuerdo?,
aunque tampoco es que sean lo mejor.
—Sí, están buenas, pero te lo dice alguien que no toma mucho,
–advertí.
—Mmmta. Estás bien bruto, –dijo Víctor entre carcajadas, pero
éstas no le impidieron inquisitoriamente cuestionarme: ¿en
qué pierdes el tiempo?, no te gusta el fut, no le entras a la
cerveza. Dime, ¿te gustan las viejas?, la neta. Víctor se estaba
pasando de la raya.
Pensé en inventar un pretexto para irme. Además, estaba cansado
de estar de pie, pero Irene nos llamó al comedor, y con el hambre
que traía decidí aguantarme un rato más.
Ahora sí, Víctor me indicó que pasáramos a comer, no sin que antes
le hubiera subido el volumen a la pantalla. Miró a detalle la manera
en que su esposa había dispuesto la mesa y, luego de un momento,
empuñó los cubiertos, las venas en el dorso de las manos se le
remarcaron, como si estuviera a nada de convertirse en un asesino.
—¿Y el pan, amor?, –preguntó. Si yo no hubiera presenciado aquella
escena, hubiese dicho que lo hizo de forma condescendiente.
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