Page 46 - Afuera en lo profundo
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—¡Se fundió el foco!, ¡ahorita lo cambio!, –sin embargo, no lo
                  hizo.


            A lo mejor fue instinto, pero le atiné al retrete. La caída de mi orina,
            ahí, en el agua, me avisó. Jalé la palanca, el baño era funcional,
            igual que todo en el departamento, para cubrir las necesidades más
            ordinarias.


            De regreso, comprobé que mi anfitrión permanecía tumbado en el
            sofá, a diferencia de Irene que iba de la cocina al comedor y del
            comedor a la cocina. Alistaba la mesa y estaba al pendiente de la
            comida, todo a la vez.


                —¡Irene, tenemos hambre!, –gritó mi compañero.


            Ella, que seguía yendo del comedor a la cocina y de la cocina al
            comedor, no dijo nada. Pero Víctor, como si comentara sobre algo que
            su esposa le hubiese contestado, retomó su bla bla, atiborrándome
            de elogios sobre la sazón de su esposa, hasta que, impaciente, dijo:

                —Oye, mujer, por cierto, ¿qué pasó con las cervezas?, sé buena y
                  tráenos unas antes de comer para terminar de ver el partido.


            Sin más demora, la esposa de mi compañero apareció en la sala con
            dos latas, pero él no agradeció, nada más le hizo una seña de que se
            retirara.


                —¿A  ti  cuáles  te  gustan?,  –me  preguntó  Víctor.  Su  voz  ya
                  empezaba a taladrarme y compadecí a sus vecinos.


                —¿De qué o qué?, –le devolví la pregunta.

                —Sí, hombre, que cuáles te gustan, –reiteró, y de paso le dio un
                  trago a su cerveza, mientras sus ojos me escrudiñaban.






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