Page 48 - Afuera en lo profundo
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Ella contestó:
—No me dijiste que querías comer con pan, –le sostuvo la mirada
a su marido.
—Irene, mi reina, es obvio, –Víctor frunció la frente. Sabes que
no me gusta comer sin pan, –observó de inmediato.
En las palabras de mi compañero percibí la indulgencia que
únicamente los tiranos o quienes se asumen superiores al resto de
la humanidad saben exhibir.
Con pan o sin pan, Irene empezó a servirnos. Cuando los
comentaristas del partido celebraron un gol, Víctor dejó caer los
cubiertos en la mesa y corrió a la sala, yo no supe qué hacer, más
que mirar de reojo a su esposa, me irritaba su mutismo, incluso más
que el bla bla de mi compañero. El de ella, era un silencio vivo que
había sido enterrado en su corazón.
En algún momento, Irene se sentó a la mesa sin quitarse el delantal.
De reojo, yo la veía, pero ella no hacía nada para corresponderme.
Cuando Víctor regresó, Irene y yo ya habíamos empezado a comer.
—¡Qué gachos!, ¿por qué no me esperaron?, –exclamó mi
compañero sentándose de mala gana.
—Creímos que te ibas a tardar, –intervine y, aunque no me nacía
ofrecer una excusa, añadí: pero apenas estamos empezando.
Mi anfitrión ni siquiera había agarrado sus cubiertos cuando gritó,
como si su esposa estuviera muy lejos:
—¡Quiero otra cerveza!
Irene alzó la mirada, lo vio, se encogió de hombros y… ¡Fue por la
cerveza! La esposa de mi amigo no se tardó en consentirlo. Víctor
también reaccionó con prisa, se atascaba como si la comida fuera
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