Page 50 - Afuera en lo profundo
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que este acto le había otorgado un brío aún más pendenciero,
                  tanto así que ella siguió: —ya les preparé de comer, ya les puse
                  a enfriar más cervezas, ¿y yo?, yo también quiero hacer lo que
                  habíamos quedado. Por favor, Vic, vamos.


            En medio del desafío, cada por favor de Irene me irritaba incluso
            más que su anterior silencio.


            Víctor, con ese mismo tono con el que me decía estás en tu casa,
            ahorita, toma asiento, le dijo:


                —No sé porqué te comportas así, duro y dale, siempre tan
                  caprichosa. Y ahorita, mírate, haciendo una escena frente a mi
                  compañero. ¿Qué va a pensar de mí?, ¿qué va a andar diciendo
                  de mí en la empresa?, que soy un maldito mandilón, ¿te das
                  cuenta?, en todo te ayudo, mi reina, todo lo que se te llega a
                  ocurrir, yo lo hago. Y cuando por una vez en la vida que invito
                  a alguien…, no es posible que te comportes así. Está bien, al
                  buen entendedor, pocas palabras. No voy a discutir más en
                  frente de Mario, aquí no pasó nada, ve a la cocina y pon café,
                  hay pastel, creo.


            La mujer apretó los labios y se fue a la cocina. Al volver, nos dejó el
            postre sobre la mesa y se encerró en su cuarto. A lo lejos, alcancé a
            escuchar que lloraba.


                —¡Qué bueno está!, ¿no?, es receta familiar  –aseguró mi
                  compañero, yo le enseñé a prepararlo. Pero, acá entre nos…
                  Víctor se inclinó hacia mí al tiempo que cortaba otra rebanada
                  de pastel y, como si estuviera compartiendo conmigo un
                  secreto, continuó: —Ahora le sale mejor que a mi mamá. No
                  se lo vayas a decir o esa mujer se va a inflar. De por sí, mírala…


            Cada vez me sentía peor en aquella situación, estaba terriblemente
            preocupado por asuntos que no eran míos, dudaba entre excusarme
            para que Irene pudiera irse con él o levantarme para decirle a ese



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