Page 54 - Afuera en lo profundo
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estirarían tanto como una sonrisa, al recordar que la noche anterior
            había sido imposible hacerse de la boca chiquita ante el suadero de
            doña Chana. Pero ya era otro día. A darle con todo, pensó.


            Antes que nada, buena actitud.


            Unas cuadras antes de llegar al gimnasio, Alan cambió el podcast por
            una estación radiofónica. El locutor hablaba sobre las endorfinas,
            que son, decía, las moléculas de la felicidad, y que la exposición
            al sol, el ejercicio, escuchar música y tener otros pasatiempos, el
            descanso, la convivencia con los seres queridos, los viajes, el amor
            al trabajo y, sobre todo, la decisión de ser dichoso, liberan aquellas
            moléculas. Tras la ráfaga de felices activadores, Alan se sintió como
            un sensei, con tanta autoridad sobre el tema, que le faltó el aire.
            Pero, en lugar de detener el paso, se inculpó: te falta actitud, y estiró
            la sonrisa.


            A pesar de haber llegado sin aliento, saludó a sus amigos.


                —¿Qué pasa, Gallo?, – correspondió Brandon. A Alan le decían
                  Gallo por las arrugas que al borde de los ojos tenía a causa de
                  su constante sonrisa, aunque él se identificaba con un león.


            Alan soltó su mochila y se agachó a anudar las agujetas de sus tenis.
            En ese momento, Íker le tocó el hombro y le dijo:


                —La fiesta de anoche estuvo a todo dar, ¿o no, gordito?


                —Ya ni me digas. Ahora, a jalar más peso, –respondió Alan.


                —¡Así se habla!, –celebró Giovanni.


                —Ya van a empezar con sus cosas. Pero, ante todo, buena actitud,
                  –dijo Alan con el optimismo de sus podcasts favoritos, pero esta




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