Page 56 - Afuera en lo profundo
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—La fiesta del Yio. Todo el barrio llegó. –Alan, al percatarse del
sudor que le escurría, se sintió deforme.
—¿Te conozco, hermano?, –interpuso el otro, casi a gritos
dejándole claro a Alan que no lo conocía y para rematar,
precisó: —¡yo no ando en esas ondas!, –el hombre entonces
lo observó de abajo hacia arriba: los tenis, los mallones, la
camiseta, el tatuaje de un león en el bíceps y las patas de gallo.
A Alan le ardía el ridículo en la cara. Así que antes de que al
tipo se le ocurriera golpearlo, se fue a platicar con Giovanni.
—¡Eso, mi Yio!, ¡fibra!, vamos a darle con todo. Si quieres, yo te
ayudo a cargar y después tú me ayudas a mí.
—¡Cámara, Gallo!, –aceptó Giovanni con algunas condiciones:
–pero vele contando y también cuéntame cómo vas con tu
morra.
—Ya estás peinado pa’tras, –accedió Alan y se puso a contar: 1…
2… 3… La Yose ahorita se quedó durmiendo. Anda cansada por
el trabajo, y por lo mismo, no estuvo ayer en tu fiesta. Pero
bien, eh. 12… 13… 14…
—¡Cámara!, aunque debería jalar más contigo. ¿Cuántos años
tiene?, –dijo Giovanni en modo regañón. En seguida, lanzó
una advertencia que sonaba más a burla: después ya no te va a
gustar y en una de esas te agarras a otra, por sabroso.
—Pues, en una de esas…, –confesó Alan y la cara de nuevo le
ardió, 3… 4… Pero no te creas, así nos organizamos. La Yose y
yo tenemos planes, 10… 11…
—¿Apoco se van a casar?, –preguntó el otro.
—¿Por qué no?, –refutó Alan.
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