Page 103 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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todas partes. A veces se oía ese —¡Ya déjalo, ya estuvo!,  otras veces,
            —¡corran, ahí viene la tira!, esa era la señal para salir corriendo y
            evitar ser subido a la patrulla para pasar la noche en el corral.

            Recuerdo haber dejado a varios ahí tirados, a veces desmayados, una
            vez a uno lo dejé llorando porque le tumbé los dientes, a otro le abrí
            la frente, a otro le partí el labio (yo no sabía que tenía brackets, así
            que se le abrió todo el labio por dentro), había mucha sangre tirada.
            Eso, la sangre era algo que me ponía loquito, siempre y cuando no
            fuera la mía.


            Agarré tanta fama de peleonero, que algunos morros solitos me
            buscaban para darse el tiro conmigo y por supuesto que yo le
            entraba. Me encantaban los golpes, tal vez porque nunca me pegaron
            lo suficiente como para salirme de eso, mis mejores épocas fueron
            cuando iba a la prepa, había muchos como yo. Nunca me dejaba y
            nunca me negaba a un tiro, ¡hasta me preparaba!, en la casa tenía mi
            pequeño gimnasio donde entrenaba para hacer músculo y que no
            faltara el costal para pegarle, me gustaba pensar en cada golpe que
            le podía dar a otro bravucón. No había otro como yo, muchos me
            tenían miedo, creo que hasta mi madre me tenía miedo.


            Casi no tenía amigos y los que se juntaban conmigo era porque
            querían que les dijera cómo defenderse. Me castigaron varias
            veces por pelearme en la escuela, me reportaron y estuve a punto
            de que me expulsaran, por eso mejor me peleaba en la calle. A
            veces ya hasta los chavos sabían cuándo me iba a pelear. Yo no
            discriminaba, igual me peleaba con grandes, con chicos, con
            muchos, con poquitos de a uno, pero eso sí, nunca le pegué a uno
            que trajera lentes.

            Me peleaba en los partidos de fútbol, en la calle, en la escuela,
            en las fiestas y en los bailes; siempre, a donde yo fuera algo iba a
            pasar, pero estoy bien consciente de que nunca mataría a nadie a
            golpes, sólo sería la tranquiza, yo mismo sabía hasta dónde llegar.
            Sólo un día sí me asusté cuando le pegué a un morro en la cabeza




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