Page 106 - Empatizando. Relatos para jóvenes
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Recuerdo que a mi madre le gustaba mucho platicar conmigo porque
            siempre la hacía reír inventando cosas con lo que me contaba. Y a mis
            primos también les gustaba jugar conmigo porque siempre estaba
            inventando nuevas formas de jugar, por ejemplo, comenzábamos
            jugando con la pelota de pegatina y terminábamos jugando el juego
            del gato (ya sabes, ese de las cruces y los círculos) aventando pelotas
            con pegamento. Así es como ellos aprendían muchas más formas de
            jugar con una pelota con pegamento.


            Pero lo que más me gustaba era ir a la casa de los abuelos y platicar
            con ellos, era como abrir un libro. Yo podía hablar de eventos
            históricos de todo el mundo con mucha precisión, pero ellos, al
            narrarme, me hacían sentir que podía estar ahí, como si fuera un
            personaje, detonaban mi imaginación como cuando se prende un
            árbol de Navidad.


            Pero ser lista no es algo que se lleve bien en la escuela, me aburría
            rápidamente porque terminaba todo antes, me distraía de la
            clase buscando respuestas a otros intereses, eso me ocasionó ser
            regañada varias veces. Y para colmo, rápido fui la ñoña, cuatro ojos,
            sabionda, superdotada, y hasta desperté sentimientos de envidia de
            compañeros y maestros, a veces me escondían los libros o las tareas.
            A veces los maestros me comparaban con Sócrates, Aristóteles,
            Pitágoras, Arquímedes, Pericles, Cicerón, Dante, Leonardo da Vinci,
            Pascal, Goethe, Mozart, Newton, Einstein, Picasso, Marie Curie,
            Tomás Alva Edison..., y otros. Mentiría si digo que no me sentía
            halagada, pero la verdad, me ponían en lugares muy incómodos con
            mis compañeros.

            Cuando fui creciendo, un profundo miedo de no encajar me
            atormentaba, no quería sólo ser la ñoña, quería pertenecer; tal vez
            por eso cuando estaba en la secundaria me involucré en el grupo
            de los niños que tomamos vino para saber qué se sentía. Cuando
            alguien dijo, —tengo vino que le robé a mi padre, ¿alguien quiere?,
            yo sentí que tenía que ir, no por conocer el sabor del vino, sino que,
            si iba con los demás sabrían que después de todo, yo era alguien igual




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